LOS HIJOS DE ENEAS

18/05/2025

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Y ahora, en serio,
no es bueno tomarse la vida así,
no queda remedio,
porque aunque no lo creas,
joven Hermes,
existe y es de verdad.
Tenía un amigo,
en Ferrara,
del MOSSAD,
nariz levítica,
gafas de ocho octales,
abracadabra,
y el pito circuncidado.
Era listo el tipo,
por eso se acercó a mí,
sí,
detrás de aquellos anteojos,
la mirada calculadora, antigua, como los ciclos de una lavadora.
El viejo arte, joven vate, de los comerciantes de la Europa del Este,
del frío y los pogromos.
Venía del frío. De la estepa del Cáucaso.
Nosotros tuvimos una vida más fácil. Nacimos en las verdes tierras de España, somos herederos de los viejos navegantes, de los conquistadores de un mundo nuevo,
jugábamos con los chicos palestinos,
como hermanos,
también italianos, albaneses y un búlgaro.
Había dejado de fumar, y le hacía el amor a una chica sarda,
como Antonio Gramsci,
en uno de aquellos partidos,
siguiendo los pasos de Dante,
le estampé la cabeza contra la pared a un camorrista,
napoletano,
llevaba rastas y tenía el pelo mugroso,
esa cera que brilla en la noche,
con esa pringue que luce,
que revela al mafioso,
grasiento,
sí,
como el pecado.
A veces pienso que lo tenía que haber matado.
Ejercer mi poder,
mi autoridad,
como hijo de Eneas,
como heredero de Héctor,
domador de caballos y Príncipe de Troya,
y otras, cuando sueño con Afrodita,
me olvido de todo,
y le doy gracias a Dios,
por sentir su Gloria.
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